Era el último.
El encendedor que siempre guarda en el bolsillo izquierdo se le había perdido.
- ¡Puta! ya perdí la huea, lo voy a marcar - Se dice, como convenciéndose que al ponerle el nombre volvería a sus jeans por arte de magia.
Pide fuego.
Se sienta en las escaleras y se pone a esperar. No espera a nadie realmente, pero ahí no más espera.
Cuenta los segundos, mira su reloj, piensa en lo fome qué es ser paloma y lo terrible que debe ser perro en invierno, menos mal que ya es primavera.
Mientras mueve su pierna nerviosamente sin estarlo, ella tirita, pero porque tiene un muy mal pulso, y después de un suspiro de nicotina y muerte empieza a hacerlo aún más.
Así disfruta el disfrute de disfrutar mientras espera que se consuma su tiempo y el cigarrillo.
Se para. Lo tira al suelo y lo mira con lástima. De una suave pisada lo apaga y decide vivir.
- ¡Ya! Mañana lo dejo.
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