No sé en qué momento comenzaron a caer los ladrillos entre nosotros. Uno sobre otro se fueron montando, mientras caminábamos por Salvador.
Las calles estaban oscuras y las luces de los autos nos daban un color tétrico y triste. ¿O era que estábamos tétricos y tristes?
En un momento miré hacia el lado y el muro era tan grueso que ni tu mano podía buscar para tocarla. Yo me apoyé en él e intenté escuchar tu corazón pero no latía, estaba aplastado por mi vergüenza.
De pronto entre mis esfuerzos por gritarte que te quiero me abriste una ventanita, pequeña, de cárcel y dejaste pasar la luz de mi sonrisa que me devolviste con una triste mueca.
Derrumbarlo, sí... ¿pero cómo?.
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